La luna
Palabras, susurros, miradas, silbidos…vienen, van, se entrecruzan, acaban por desvanecerse. El aire que nos envuelve, la luna y el sol son testigos de lo que vivimos; nos observan desde lo alto, deslizándose entre las mullidas y húmedas hojas de los árboles que se contonean suavemente, en su camino hacia el suelo, tiñéndolo de amarillo y ocre, anunciando la llegada del seco y frío otoño.
Nuestras acciones escapan a su control, pues ellos observan burlones nuestras miradas, comentarios, y gestos. Conocen incluso, intrépidos y arriesgado personajes, nuestros pensamientos más recónditos, aquellos que se esconden en un oscuro rincón de nuestras mentes al que, eventualmente, proporcionamos un suave hilo de luz que, muy despacio, suavemente, de un modo casi burlón; se desvanecen, mientras contemplamos, anhelantes, la conjetura más recóndita y quebradiza de nuestras mentes.
Somos indecisos, débiles y vulnerables a los deseos de la naturaleza; a la confabulación de los astros y las figuras etéreas que amenazan nuestro destino con un fugaz y fuerte golpe que azote nuestras fatigadas vidas.
La duda, la incertidumbre, la vacilación recorren algún día las mentes de todos y cada uno de nosotros. Sin embargo, y la próxima vez que un arduo dilema dilate el ínfimo espacio aún vacante en nuestras mentes, sin duda; podremos preguntarle al aire, que nos sigue a todos lados; o a la luna, que ilumina nuestros pensamientos.
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