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lunes, 16 de marzo de 2009

No estás

Y no estás. Llego a casa embriagada por unas cuantas cervezas que han decidido instalarse en mi cuerpo tras una jornada de trabajo. Paseos por un pasillo, no lo suficientemente largo como para defender la pantalla del ordenador de miradas indiscretas y paredes no lo suficientemente gruesas como para disipar comentarios inoportunos.

Llego a casa y no estás. Fumo un cigarrillo mientras, recostada en el sofá, veo pasar el tiempo. Ahora transcurre más lento, porque es momento de relax, porque estoy sola y observo los recovecos de la gran habitación que me rodea, porque los ojos se me cierran y me cuesta pestañear. ¿Por qué?

Claro que sí...Porque no estás.

Contesto al teléfono, sueño con que una voz se asome al otro lado y me pregunte qué tal, me lance un par de bromas, me haga reir y...sí, haga que mi día haya valido la pena. Pero no estás.

Y me conformo, me satisface lo que sea, un guíño, un beso en la distancia, lo que sea... Porque no estás.

Pero sueño, sueño historias que ójala fueran reales y me distraigo con la idea de que, un día, eso sueños, simplemente, se hagan realidad. En realidad es sólo un sueño, el sueño de que tú estás.

domingo, 1 de marzo de 2009

Recuerdo...

Recuerdo una cuesta enorme que en realidad no es tan grande. Es curioso, cuando eres pequeño todo parece más impresionante y magno; cuando ves las mismas cosas años más tarde, una sonrisa aflora recordando lo magnífico que nos parecía de enanos. Recuerdo un árbol enorme (como no...) bajo el cual me sentaba, revolcándome en la tierra. Recuerdo caracoles que se escondían bajo sus casas andantes y trabajadoras hormigas que corrían trabajando como locas. Locas estábamos nosotras que, fuera de aplicarnos como ellas en las tareas del deber, levantábamos esos puntitos cuan Gulliver elevaba a los liliputienses sin esfuerzo ni pereza. No diré cual era el sino habitual de esos puntitos, pues bajo tierra quedaron escondidos todos ellos...Uy, creo que se me ha escapado...

Recuerdo las tardes de domingo en las que, aprovechando el buen humor del televidente debido al partido del día, levantaba la mirada, ponía ojitos tiernos y susurraba un ¡¡¡Porfi!!!! Ese "porfi" iba seguido de una llamada presurosa, cuatro ruedas y alguien imprescindible, pues sin ella nada habría valido la pena. Recuerdo el cambio de ruedas, recuerdo que eran tres y, como no, me es imposible olvidar la sensación agridulce que sentí cuando mis rodillas se fundieron con el asfalto generando simultaneamente implicable dolor y estridente risa. Debí recordar el cambio de freno... Recuerdo un vestido vaquero, una palabra de honor, una diadema de colores y el pelo engominado. Recuerdo un acento francés flotando en la noche cubierta del humo de un cigarrillo que se aprende a inhalar. No recuerdo mucho más, gracias a un melón lleno de embriagante y dulce licor.

Recuerdo el día en que nuestros caminos se separaron. Ya lo sabíamos, pero oirlo era lo que nos punzó a ambas, nos hizo mirarnos y sonreir sabiendo que no habría ningún problema... Salvo la lagrimilla que se escapó. Ciertas letras cruzadas con la ciencia y a conciencia sugirieron que nuestros codos dejarían de rozarse cada vez que algo gracioso apuntase a que debíamos guardar silencio pero no podíamos sino reír juntas. Recuerdo tu primer día, poco antes de mi viaje. Recuerdo que ambas estábamos nerviosas, pero yo te acompañé como hizo mi madre en mi primer día de colegio...Sólo faltaba que te diera la merienda. Recuerdo como me acompañaste tú, días más tarde, como me abrazaste y tocaste el cristal del coche que me llevaba aún más lejos de lo que habíamos oído años atrás.

Recuerdo cientos de cosas, tantas...Tantas, que numerarlas todas podría llevarme días. Recuerdo muchas buenas y ninguna negativa. No porque no haya habido cosas malas, sino porque no vale la pena recodarlas, todas ellas se han difuminado gracias al efecto sedante de las buenas experiencias. Recuerdo que, día a día, me acuerdo de tí, te echo de menos y me enorgullezco de tí. De tí por tí sola, de mí y de tí por nosotras; y sobre todo porque siempre tendré que tener recuerdos. Porque nunca nuestros codos han dejado de rozarse cada vez que hay algo de lo que reirse, algo que preguntar o comentar. Porque eres una pieza sin la cual no se distingue la imagen del puzzle; porque has sido la mitad de mis recuerdos, decisiones, consejos, alegrías y vivencias. Y siempre lo serás.